Algunas Sombras Grises
De:
Angela Lora
Fecha:
22 de octubre de 2011, 12:45 AM
Para:
quien me pueda leer.
Asunto:
Algunas sombras grises
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Definitivamente, ni Iconos, de
Marc Anthony, es el disco apropiado para
terminar una lectura como ésa, ni éste es el libro apropiado para emociones contradictorias
como las que me agobian en este momento.
Ciertamente que toda ha sido un galimatías.
¿Por qué el libro no ha tenido en mí el mismo efecto que ha producido en el 95%
de las personas que lo han leído? ¡Eso
es un montón de gente!!
Desde el principio sospeché que
algo no andaba bien. ¿Cómo es posible
que aun habiendo leído los argumentos del libro desde el mismo momento en que
inicia su boom literario me resista a leerlo? Yo, Una lectora furibunda. Encubierta bajo el escudo de ¨quiero tenerlos
los tres¨, ¨no puedo adquirirlos ahora¨, ¨no tengo prisa¨. Claro que mi piel sentía que mi reacción no
sería igual que lo ocurrido a las demás personas.
Recibo el libro dos y el tres
juntos y con la excusa de esperar el primero, que ya me habían prometido,
retraso el recorrido por las letras de este lujurioso viaje.
Entonces llega este encuentro temido y esperado a la vez.
Entonces llega este encuentro temido y esperado a la vez.
Invento más excusas, lo que sea,
mucho trabajo, la luz de la lámpara es muy tenue para leer de noche, una nueva
tecnología que me entretiene, lo que sea.
Parece normal pero muy en lo profundo de mi sé que no es así. Nuevamente no hay más excusas, es inaplazable
y me enfrento a los juegos de placer y dolor aún si saber que de esa
combinación se trataba la lectura.
Ya es inminente, no hay
escapatoria y comienzo vagamente, tímidamente y con la certeza de que pronto
acabaré con la duda de lo que realmente sucederá, no en el libro, sino conmigo.
Y para suavizar la inquietud de
lo desconocido se me ocurre recostarme en mi cómodo sillón a las 8 de la mañana de un sereno domingo y
buscar en mi música algo suave, que tranquilice mis preocupaciones y me vaya transportando. Espero que la selección me guíe apaciblemente
a lo que temo sin conocer. Elijo un
disco de Guadalupe Pineda: Arias de Opera, y lo acompaño con una taza grande de
café. Comienza a sonar Mon Coeur S´Ouvre a ta voix, me
tranquilizo, hasta que mi lectura despliega ante mis ojos a un apasionado de la
música ecléctica como yo, que muestra de entrada un gusto por la ópera que
siempre trato de ocultar.
Y las páginas se van sucediendo
una tras otra, las canciones van pasando, las emociones aflorando, pero yo
también frunzo el ceño ¿Porqué no estoy sintiendo el ardor que han sentido las
demás? ¿Por qué siento este desasosiego? ¿Por qué en vez de ser parte de la
escena e imbuirme en el personaje, como hago siempre, en su placer, lo que
siento es una opresión en el pecho?
¡Lo que estoy sintiendo es su
dolor, no su placer!
Esto no va bien, no es como
debería ser. Me detengo, en el trayecto
de este viaje a las pasiones hormonales y emocionales de una mujer que se ha
guardado para el hombre adecuado he parado para tomar agua 5 veces. La música
ha sido variopinta, ecléctica de verdad, de la voz de Guadalupe he pasado a la
de Charles Aznavour, tocando a Rumer, sucumbiendo ante Simone sin dejar atrás a
Pancho Céspedes. Todavía no es el
momento de Tracy Chapman ni de Coldplay.
Otra vez me detengo, tengo que
hacerlo, quiero hacerlo, doy gracias a que los instintos básicos de mis hijos
me reclaman, hay que alimentarlos. Una
breve pausa le hará bien a las contradicciones de mi espíritu, me traerá de
nuevo a la realidad, moro de guandules con coco, pescado con tocineta en salsa
de hongos, nada de ensaladas para ellos y un rico aguacate para mí.
Excelente, reconfortante, no ha
quedado nada, ha sido un manjar que ellos han disfrutado. He sido gratificada
al verlos repetir y dejar sus platos limpios.
El retorno ha sido más calmado,
en control. Hay que crear nuevamente el
ambiente: el sofá es indescriptiblemente cómodo, todo el que ha tenido la
oportunidad de acurrucarse en el coincide conmigo, es agradablemente
confortable y envolvente. Me doy cuenta
que en realidad tengo la esperanza de que ese confort me hipnotice y pueda
dormirme. Pero no reparo en que últimamente no lo he podido lograr, por más placentero
que resulte.
Continúo la lectura, ya está
claro el ámbito, ella conoce los términos del contrato, yo también y me
atemorizo al igual que ella, pero no es lo mismo que ella lo que me produce
miedo, es esa sensación de tener algo y no tener nada, que sea sólo humo e ilusión,
no sentirme a la altura, dejarme envolver por la pasión, en la lujuria que
también reclama mis entrañas y que se expresan en la humedad de mi sexo, en al
ardor de mi piel y que al final, en el medio o al principio, a sufrir con dolor
espasmódico, no físicamente, sino emocionalmente. Y es un contraste sentirme compatible con él
en muchas cosas, el gusto por la música, por las cosas que me deleitan aunque sea
consciente de no poder adquirir, por la pasión desenfrenada, ¿el dolor sensual?
Esto no creo que lo podría afirmar, pero quien sabe, yo no lo sé, lo
desconozco, la psiquis humana es de por sí desconocida aún, no importa cuántos
estudios se hayan realizado.
Y sin embargo, ser parte de esta
mujer también. Especialmente de sus
preocupaciones.
Cambio de ambiente, es el
atardecer y un poco de aire fresco y vista celestial sería fenomenal. Además es
la hora feliz, un aromático semiseco Calvet me espera. No será un Bollinger, un
prosecco, un chablis, pero he descubierto en éste Calvet Merlot una combinación del sabor que
agrada a mi paladar tanto como a mi presupuesto.
Agradable, muy agradable y voy
despacio, muy despacio, sin olvidar las cosas que debo monitorear. El control, quien no quiere tenerlo o quien
no carga con el aunque no lo quiera.
Llega la noche, pasmosa, inquisidora.
¿Por qué reviso el correo
constantemente? ¿Espero mensaje de alguien? Nah! Para nada. En realidad se
supone que debe timbrar si llega algo y lo único que ha sonado es la lista de canciones
seleccionadas. Como cada domingo, queda silenciado el
contacto con la humanidad, no porque lo haya querido así, sino porque se hace
costumbre que no reciba ninguna alerta que llene de mariposas y sonrisas mi
cuerpo.
La madurez del calendario, que
próximamente me indica un escalón más, se refleja en mis ojos. Hay que encender
las luces y buscar nuevamente el lugar adecuado para continuar con el fabuloso
placer que me concedo invariablemente, la lectura.
Cuántas páginas faltan de esta
novela: 40, 50, ¡uff!, pan comido, excepto porque no entiendo, me hace llorar,
no, no puede ser, entro en pánico: No se supone que arda en deseos, anhelante,
con la piel encendida ¿qué es lo que me está pasando? No lo entiendo.
Sin dejar de asumir mi propio
papel de controladora, preparar cena (hacer comer a los demás también es
importante para mí), tareas, bañarse, continúo en la lectura y sigo viéndome
reflejada, yo y mi lengua viperina, el ¨menudo que siempre tengo para devolver¨
y cuanto me cuesta en ocasiones, morderme la lengua y controlarme.
De repente detengo la lectura y
miro al techo, analizo, rebobino, caigo en cuenta el porqué el efecto erótico, desbordante
y acalorado no ha surgido efecto en mi.
Yo también he sabido describir y relatar sensaciones eróticas, sensuales,
profundas y aunque haya sido solamente una práctica literaria muy cerrado e
íntima, entrar en detalles y releerlo ha sido un ejercicio que anteriormente he
podido manosear, por supuesto, descartando el cuarto rojo del dolor.
Describir las sensaciones,
detallando de manera minuciosa cómo se siente el éxtasis, es una labor que en
pocas o muchas palabras he podido realizar.
Entonces, de la lectura me queda la duda, la ausencia, la desolación, el
temor.
Apuro mi copa, paso inevitablemente
a los boleros antiguos, parte inexorable del gusto selecto que me
envuelve.
Apuro mi copa, nuevamente, las penas ahogadas se asfixian mejor en unos grados de alcohol.
Apuro mi copa, nuevamente, las penas ahogadas se asfixian mejor en unos grados de alcohol.
Afuera todo queda en calma, no así
en mi interior y enfrentar la realidad siempre es cruel, se anticipa como una
tortura más dolorosa que unos latigazos, unos azotes o un libro que concluye,
no menos que el vacio de un espacio frio y desalentador en la cama. Lo recuerdo, siempre me gustó esa canción,
aún en momentos en que no era esa la situación, no sabía por qué, quizás
anticipando un estado que vendría más adelante, Víctor Manuel repetía por mí: ¨hay amor, sin ti, mi cama es ancha¨
. Pero no es esa la canción que suena,
nuevamente Guadalupe, la versión en español de la canción inicial: Mi corazón se abre a tu voz, exquisita.
Termino esta primera parte de la
trilogía y mi corazón se vierte, no de placer sino de dolor. No entiendo, no me entiendo, me derramo como
lluvia inminente. Es enigma para mí.
Es cierto que el libro termina
con dolor, pero yo lo he sentido en todo
el transitar de este recorrido. Se acaba
el elixir etílico también. Todo termina.
Tomo lápiz y transmito al papel
este torbellino de pasión, es un momento intermedio en el ojo del huracán.
Es un instante mágico.
La magia, la maravillosa magia de las sensaciones del alma, de los elementos que se funden para hacerla aflorar y de la poderosa agilidad del lápiz para expresarla y tranquilizarla.
Es un instante mágico.
La magia, la maravillosa magia de las sensaciones del alma, de los elementos que se funden para hacerla aflorar y de la poderosa agilidad del lápiz para expresarla y tranquilizarla.
Como varita mágica toco mi pecho
con el lápiz, toco el papel y me digo a mi misma: travesura completada, puedo
descansar.
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