Al borde de una copa se destapan las mejores pasiones.

Como ésta que he descubierto en estos días en que puse mis labios en esta copa y me mostró nuevos caminos, viejos placeres con nuevas perspectivas, con nuevos colores y nuevas sonrisas.
Seguimos reinventando.
Ésta búsqueda, dejarnos caer hasta arrastrar la piel y rozar el suelo y quemarnos entre sangre, tierra y sudor, para entonces mirar desde abajo, primero de medio lado porque desde el suelo y con las pocas fuerzas que nos quedan no tenemos forma de levantar la cabeza, luego con un ligero movimiento de los ojos mirar una breve luz, un instante de luz, una forma, cualquier forma, algo, lo que sea a lo que aferrarse.
Y tomar impulso y empezar a levantarse.
Y hacer planes para continuar un nuevo sendero. Y recomenzar.
Esta rutina es la que al final terminamos apreciando de tanto repetirla. Descubrí que, muy a pesar de los estados depresivos en los que nos sumerge, reconocer esta rutina te permite pensar de qué manera puede hacerse divertida, aún en el dolor.
Y siempre las penas tienen su papel protagónico y por eso hay que añadirlas en cada nuevo párrafo que se escribe. Pero todo esto comenzó con unos labios en el borde de una copa y eso, eso es un principio maravilloso.

Esa ley de atracción me ha impulsado a escribir porque cada vez me siento más a gusto con las personas que me rodean, comparten conmigo mis alegrías, conocen mis penas y las entienden y disfrutan a plenitud conmigo unos labios en una copa.
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