Hemos perdido un gran maestro

Tenemos luto, tristeza en el corazón, aunque aún nos queda el colorido de su paleta en el pensamiento, en la mirada.
El maestro Bidó reinventó el colorido en cada uno de sus lienzos, en las madres y sus hijos, los campos que sin necesitar el verde se llenaban de esperanzas, fecundaban la tierra.
Su cuerpo se ha marchado. Nos legó una herencia inmensa, maravillosa. Nos dejó construidas ventanas llenas de vida e imaginación, nos dejó una generación de artistas que miraron en la misma dirección que él, se dejaron fluir de la magia.

Les comparto lo que Ignacio Nova escribió tan acertadamente sobre el maestro Bidó:






Bidó, belleza de un ideal simple y noble
Ignacio Nova
gnnova1@yahoo.com

A pesar de su sentida y lamentable partida, Cándido Bidó deja a la República Dominicana dos legados extraordinarios: el de su obra plástica y el testimonio práctico de su pensamiento y convicciones.

Marcada por la simpleza, por el deseo jamás satisfecho de representar el espacio de idealidades del hombre y la mujer del campo dominicano, Cándido Bidó confesó su apego a su origen, su Bonao, a través de una obra en la que el paisaje pareció un emblema invariante, un conjunto reensamblado mediante piezas prehechas y predispuestas en un espacio plástico sin alteraciones o sorpresas.

En interior del perímetro de su arte, en su área de colores y pastas, Bidó configuró un Bonao que era trozo de geografía sideral a la vez que mundo ideal y eternizado.

Un Bonao legendario, que volvió sobre las palabras del arte para dar cuenta de un modo de acercarse a la creación como acto humano y divino; de ejercerla como necesidad de afirmación personal y colectiva, en una continuidad social e individual, en un apego personal y social.

Si con las pronunciaciones de la Conquista Bonao fue la tierra donde nació la sed del oro americano y la esclavitud; en los colores, composiciones y reiteraciones de la obra del maestro Cándido Bidó fue lugar bendito y dichoso, hasta el grado que el artista lo elevó a la calidad de espacio predilecto, en un ideario donde convergen la naturaleza pródiga, la mancomunión y realización humanas, la familia unida en el amor y el trabajo, la libertad virginal, urgente, primera y necesaria, y el ensueño también obsesivo e irrenunciable de un futuro promisorio basado en el amor, la unidad y el trabajo.

Y así fue él. Como padre mantuvo a sus hijos y familia alrededor suyo. Como ser social, se dio y canalizó las simpatías que generaba su obra para depositar las simientes y sus frutos en ese proyecto irrepetido en el país, el Centro Cultural Cándido Bidó, con el que - más de una vez lo expresó - daba a los jóvenes de su pueblo la oportunidad de aprender el arte y ejercer lo que él no tuvo.

Por eso Bonao es referencia concreta y simbólica. Lugar único y de coexistencia de los motivos reiterados de su obra, tan estridente, a pesar de su escaso arsenal; tan sensibilizada y ampulosa a pesar de sus referencias tan pequeñas, tan afirmador porque en él se imbrican ser humano, casitas esquemáticas, aves, vegetación, cielo, sol y plantíos extensos en invariables azules y naranjas apenas interrumpidos por otros colores. Tiránicos, absolutistas.

Así, el sueño de un mundo mejor, de una vida mejor, se reitera incesante, sin descanso, de obra en obra. En ese insistir, Bidó construyó su poética obsesión por la perennidad. Es, por tanto, una obra que apela a lo futuro, que lo invoca en el canto de aves, de figuras, de madres abnegadas, del trabajo digno, del sol ardiente, de recogimiento e introspección, de justicia...

Ese apego también explica e identifica su otra obra social: ese Centro Cultural Cándido Bidó, mencionado.

Cándido, cuya sonoridad simple y sugerente evoca la novelística del romanticismo alemán, era un romántico moderno, a la vez que un “buen salvaje”, en términos rousseanos, es decir, un hombre-artista que muere sin haber nacido para la perfidia del mundo.

Bidó era un hombre simple y bueno. Y su obra insiste en esa bondad existente en las cosas que rodean el campo dominicano, simbolizado en su Bonao.

E insiste en una belleza simple y sin rebuscamientos. Por eso conectó tan fácilmente con la gente. Y atrajo a tantos al arte. Y aportó tanto al desarrollo de un mercado artístico en el país.

Tocó nervaduras sociales, aspiraciones colectivas, esfuerzos individuales y cotidianos y los mancomunó.

Por eso Cándido Bidó, si algún día la sinceridad y la ingenuidad se desechan de lo que en el arte vale, lo cual dudamos, aún sobrevivirá en la historia del arte dominicano porque dejó el testimonio de su sensibilidad y su inquietud en un aporte a la formación cultural de sus compueblanos de Bonao. Y una poética que nos engloba en el concepto Bonao, en su gentilicio, en la pertenencia a un mundo que puede ser bello y bueno todavía.

Al altar del arte, al momento de la creación, Bidó asistió como a un confesionario. Se desnudó íntegro e ingresó a él sin pedanterías, poses ni rebuscamientos. Con una ingenuidad y maneras puras y simples, directas y persistentes que la academia y la habilidad técnica apenas pudieron modelar y alterar. Por eso algunos lo consideran un artista primitivo, naif.

Porque de la desnudez y pureza de sus abordajes recibimos siempre la grandeza de lo simple.

Una grandeza que hoy ingresa a la eternidad y enriquece el caudal de nuestra cultura.

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