Habito dentro de mi.
Lleno mis espacios.
El lugar al que escapo.
La rutina de mirar hacia dentro y buscar la paz que me salva de los incendios externos.
Incluyo ese momento a mis hábitos. Sin hora, sin día.
Voy a ese lugar en donde me refugio cuando no quiero ir a ninguna parte.
Y es que hay momentos integrados en nuestra cotidianidad de una manera tan profunda que ni cuenta nos damos cómo sucedieron.
Por ejemplo, en algún instante, ya sea por mutuo acuerdo con la pareja o viviendo solos, decidimos levantarnos siempre del mismo lado de la cama y eso queda tan arraigado que si por alguna razón nos toca hacerlo del lado contrario nos sentimos desubicados.
Quizás un vaso con agua reposa en la mesa de noche y el primer instinto al sentarse en la cama para levantarse es tomar el primer trago del día.
Recuerdo que leí en un test de una página en las redes acerca del significado de la primera parte de tu cuerpo que mojas al entrar a la ducha. Me pareció absurdo buscarle -y además encontrarle- un significado a ese momento de cada día que probablemente se haga en automático. Serán los pies o la cara? Un hábito que se realiza de manera instintiva.
Y así vamos pasando el día repitiendo cosas con el mismo ritmo y sin darnos cuenta, excepto cuando por alguna causa sucede de manera diferente. Nos vamos esquematizando con los hábitos.
Nuevamente tuve un recuerdo de otra lectura reciente, un texto motivacional sobre rituales de felicidad que después del análisis sobre lo que significa ser feliz, presentaba algunas opciones para tener momentos de placer, a sabiendas de que de eso se trata la felicidad. Quedé muy turbada al leer las propuestas porque muchas de ellas eran cosas que me gustaba hacer, pero sentí que en este instante de mi vida no estaba disfrutando ninguna de ellas. Ni otras que no estaban mencionadas y que también disfruto.
Y ahora que lo pienso mejor, había dejado el café a un lado, lo había descartado como ritual de felicidad y descubro que lo he convertido en hábito. ¿Acaso vemos el propósito en cada hábito, la forma en que influye en nuestras vidas por el modo en que suceden?
De seguro que si somos un poco más conscientes de los hábitos que ejecutamos a diario, en algunos casos haríamos que fluya el cambio.
Esto me lleva a los rituales.

La magia que poseen está en cada uno de nosotros.
Hacer una oración podría ser la primera idea sobre un ritual que le llegue a la mente. Pero, y qué tal si sólo encender una luz y mirarla con atención sea todo lo que requiera esa ritual? A mi me hipnotiza el movimiento de la llama de la vela. Es especial y sospecho que ese relajamiento que me produce es el que establece la conexión conmigo misma y con la situación que me haya llevado a encenderla.
Con frecuencia buscamos los rituales para encontrar ese punto de reflexión que necesitamos para seguir en la batalla diaria. Un bañera con agua caliente y sales aromáticas, es algo que no hacemos a diario, que buscamos cuando sentimos que la presión ya ha sido suficiente y que hay que soltar.
Hay quienes planifican ciertos rituales durante el año, quizás en Semana Santa o alguna fecha especial.
Mi Liquita y yo solíamos irnos cada miércoles santo al atardecer a tomarnos una copa de vino en un restaurante de playa, reflexionamos y damos las gracias, nos reencontrarnos con nuestra esencia. Como si fuese el último día del año.
Su ritual bien podría ser unas semanas de desintoxicación en la alimentación cada tantos meses en el año, o quizás unas escapadas a la playa con ciertas condiciones especiales de modo tal que pueda bajar la velocidad de las prisas en el día a día.
Tener rituales nos conecta.
Y aunque su definición está vinculada a la religión o la espiritualidad, no necesariamente deben ser así. Cada quien establece aquello que le complementa su interior y le provee herramientas para mejorar su camino.
Yo he podido reconocer y dejar establecidos algunos y pienso que incorporaré nuevos, sola o acompañada, para llenar mi vida de momentos especiales.