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Juegos de la infancia

Fui hija única hasta los 8 años, con padres muy protectores que limitaban mi círculo de relaciones a un grupo muy cerrado y específico. Tenía una tía paterna y sus 4 hijos que vivían justo al lado de mi casa cuando era niña. Una hembra, la mayor, y tres varones, yo era contemporánea con los dos menores.  Los vecinos de la derecha, con los que compartía el acceso al patio, eran tres varones de edades no muy distantes. La casa de mis primos también tenía una puerta que daba acceso a nuestro patio.

Ese era el único espacio donde podía moverme tranquilamente, y por supuesto, por mayoría de votos, los juegos para compartir eran los que ellos eligieran jugar. Cuando quería jugar con mis muñecas o a las mariquitas, me tocaba hacerlo sola.  En esa época y a esa edad, desde nuestra perspectiva y conocimiento, no eran situaciones de género, no era machismo, era lo normal. 
Tampoco llegué a conocer o a pensar en algún amigo imaginario: ese concepto y en ese grupo social era desconocido.

En realidad no sentía pesar por el hecho de que mis posibilidades de jugar estaban sujetas a las preferencias de una mayoría del sexo opuesto. Era simplemente la oportunidad de compartir los juegos.

Me tocó aprender a jugar bolas o canicas, como usted prefiera llamarle.  El terreno en el patio era irregular y principalmente de roca grande, pero nos la ingeniábamos para hacer el espacio, incluso ese hoyito pequeño y profundo que se usaba para jugar ¨el taquito¨, pegarle a la bola contra el dorso de la mano del oponente, tratando de que quedara dentro. Un poco doloroso. Un castigo. 

También aprendí y disfruté mucho jugando la plaquita. No recuerdo de quien eran las placas que usábamos, pero estaban dobladas de manera que se pudieran quedar de pie, esperando a ser tumbadas con el siguiente batazo. Era la versión popular e infantil del béisbol sin expectativas de llegar a ser profesionales.

Otro de los juegos era el trúcano. Algunas personas lo llamaban ¨trúcamelo¨.  Es un juego más bien neutral, tanto de niñas como de niños y siempre había alguna técnica nueva para la chapa o piedra que era lanzada a las diferentes posiciones numéricas que correspondía saltar. En algún momento era un bollo de papel grueso húmedo, con lo cual se aseguraba que iba a caer justo en la posición deseada.

En el proceso de escribir estas líneas tuve la oportunidad de escuchar a algunas amistades de diferentes generaciones hablar sobre los juegos que acostumbraban cuando tenían menos edad.  Se mencionaron las bicicletas, el juego de guerra y otros juegos al aire libre, se incluyó el parché, como juego de mesa y por supuesto no se podían quedar las muñecas, a las cuales algunas más curiosas llegaron a hacerles cortes de cabello o pasarles el blower sin saber que el pelo era de plástico.

Y buscando fotos en las redes me sorprendió ver que son los mismos juegos en la mayor parte del mundo. No me extrañaría que en Latinoamérica tuviéramos casi todos los mismos juegos, aunque con diferentes nombres, pero fue una sorpresa ver que era lo mismo también en Alemania.

Entendí que no importaba la generación, unos mayores que otros, sino que más bien se trataba de los grupos sociales y del lugar donde vivían, en pueblos o barrios.  Lo mejor fue saber que todos ellos disfrutaron eso mismo que disfruté yo. 

Siempre se termina haciendo la comparación en relación con lo que han jugado nuestros hijos o lo que actualmente juegan los nietos, para aquellos que los tienen, sin embargo entiendo que ninguno es mejor o más divertido que el otro.  Los niños juegan con aquello a lo que tienen acceso y lo que está en promoción, y en tiempos modernos se ha hecho mucho énfasis al desarrollo tecnológico.  

Desde que pueden sujetar algo entre sus deditos empiezan a sentir el tacto de un aparato y a ver la luz de una pantalla. Aprenden a usar los comandos de voz cuando todavía no saben leer o escribir. 

Los que pueden tener acceso, limitado por su alto costo, logran desarrollar algunas habilidades creativas construyendo formas con piezas lego. 

Nos toca como padres tenerlo en cuenta y hacer el esfuerzo para enseñarles otras formas de jugar y disfrutar, más simples, más sanas.  Compartirles nuestra experiencia.  Quizás otra forma de diversión. 






Acciones de la niñez, recuerdos hoy

En alguno de los momentos de descanso de este fin de semana feriado y alargado estuve viendo algunas películas y coincidencialmente en dos ocasiones diferentes se repitió la misma frase: 

¨ No son tus recuerdos los que te definen, sino tus acciones ¨. 

Me detuve en ese instante a reflexionar y desde mi punto de vista personal no pude corroborar esa afirmación. Me quedé buscando en mi memoria aquellos recuerdos que han podido impactar en mi y qué tanto de lo que soy, hago o digo, queda reflejado.  Si bien es cierto que no debemos quedarnos estacionados en los recuerdos, también hay que considerar que las acciones de un momento pasado se convierten en los recuerdos de hoy y si las mismas han impactado en nuestras vidas, pues contribuyen a formar la persona que ahora somos.

Como podrán imaginar, una reflexión lleva a la otra. Empezaron a correr imágenes en mi cabeza y llegué hasta unos recuerdos muy distantes, de cuando tenía muy poca edad.

Estudios recientes indican que se puede tener recuerdos de vivencias a partir de los 4 años de edad, aunque anteriormente se decía que la memoria solo retenía recuerdos a partir de los 6 años.  Mi mente estuvo divagando hasta que llegué a esos primeros recuerdos y sacando cuentas pude deducir que debía tener entre 3 y 5 años. Demasiado traviesa.

A esa edad recuerdo haber pasado por varias escuelitas, porque no es que tenga acumulados muchos años, pero en esa época no eran usuales los maternales ni los pre-escolares, o por lo menos en mi hogar no había condiciones para ajustarse a esos parámetros. Siempre fui pequeña de tamaño, independientemente de la edad, y por ser inquieta siempre encontraba quien me protegiera y apoyara.  

Una de esas escuelitas tenía varios cursos.  Era una casa de dos niveles y tengo muy clara en mi memoria la imagen del ramo del árbol del patio que se extendía hasta el balcón del segundo piso y de que en algún momento llegué a utilizar ese camino peligroso para bajar al patio, en vez de las escaleras. Parecía una ardillita.  Rango de edad: entre 3 y 4 años.  Esas acciones deben haber cultivado algo de osadía en mi.

Después de pasar por esa escuela (sospecho que debieron haberle dicho a mi madre que no podían darme seguimiento) pasé a otra también en una casa, pero esta vez de un solo nivel y que además solo daba clases a pequeñitos, tipo preescolar y con la particularidad de que había que llevar su silla.  La mía era especial, me la había hecho un tío también especial que era experto y además le ponía mucho amor.  Preparada en madera y tejida con palma de guano.

Salía de mi casa con camisa blanca y pantalones cortos azules, mochila en la espalda y la silla en la cabeza, como quien cultiva futuro y va cargando con alegría y orgullo sus herramientas.

Al terminar la clase debía esperar a que me fueran a buscar y solía entrar al negocio que quedaba justo al lado, una carbonería.  Me sentaba en mi sillita junto a la esposa del carbonero y sostenía largas conversaciones; normalmente era solo yo quien hablaba y cuando no estaba contando algo era porque estaba preguntando algo.  Mi camisa dejaba de ser blanca porque tranquilita no me quedaba. Conocí a muy temprana edad el negocio de venta de carbón, aunque ahora no recuerdo a qué precios se comercializaba en esa época.  

Todavía no tenía 5 años.

Y me queda claro la edad porque de ahí pasé al colegio formal, al de las Hermanas Salesianas, y para hacer el ingreso en primero de primaria había que depositar acta de nacimiento y tener edad mínima de 6 años. Me contó mi madre que esperó que pasara todo el proceso de inscripción y comenzaran las clases para entregar los documentos solicitados porque aún no cumplía la edad requerida.  Para aumentar la dificultad, por los resultados del exámen de ingreso calificaba para estar en 2do de primaria, que fue el nivel en que inicié clases allí y para el cual debía tener 7 años.

Me tocó hacer la prueba de admisión en el mismo grupo conjuntamente con dos hijas de una vecina, amiga de mi madre.  Ambas eran mayor que yo, pero parece que tenían alguna dificultad con el exámen, y a pesar de que yo era inquieta y traviesa (ya no lo soy), mantenía la inocencia (sigo manteniéndola), y tras completar mi exámen rápidamente, tuve oportunidad de ayudarles a llenar las prreguntas que ellas no habían podido completar, pero no como quien susurra un secreto, o está haciendo trampas en un exámen, sino de la manera más natural, conversando y contestando lo que me preguntaban. Por supuesto me llamaron la atención y me mandaron a quedarme quieta en mi asiento.

No puedo decir que vivo en el pasado, pero si puedo afirmar que las accciones del pasado, como del momento presente que está casi convirtiéndose en pasado, me definen.  Esa primera infancia definió mi camino, pero también, al recordarlo ahora, me reafirma en curiosidad, en estudio, en socialización, en el trabajo constante.   

¿Cuáles recuerdos llegan a tu memoria?



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