CAFE CONVERSADO
Ahora tomo mi café,
el primero del día, y lo comparto contigo en esta conversación.
Hoy converso solo contigo. Hoy me he detenido. Las mañanas
siempre son aceleradas aunque tengamos tiempo suficiente y haya oportunidad de sentarse y picotear un pan mientras el aroma del café
realiza su danza alrededor de mi nariz, convenciéndome de que será muy buen día. Siempre hay una prisa y una angustia sobre el tiempo.
Trato de controlar las siguientes tazas de café del día, en
cantidades y capacidades, pero ésta la preparo con mucho cuidado y la saboreo
de manera especial.
Mi taza, repleta de amor, desde el envase hasta el contenido, me dice que está bien así, que
sentarme y disfrutar mi café es un acto de amor a mí misma, a la primera
persona que debo cuidar.
Creo que todo este enamoramiento con el café comienza como
una forma de complacerme, de ver de forma especial aquello que muchas veces hacemos
de forma automática, sin cuidar los detalles, solo por el hecho de que sirve
para despertarse y además tiene buen sabor.
Y hace un tiempo empecé a probar otros sabores diferentes al tradicional, a
reconocer las diferencias cuando las manos que se detienen a procesar los granos quieren mostrarnos lo especial que puede ser, a buscar combinaciones que le
agreguen sabor, aroma. Aún sigo buscando, probando, aprendiendo. Así es mi café de la mañana, en su punto, cuidado,
aromatizado de manera especial.
Pero hoy el café tiene un sabor especial, me sabe a
recuerdos, a espacios vacíos en mi piel. Me sabe a otros momentos de placer,
serenos, de vibraciones que solo se sienten a través de la mirada. Eso basta para hacer más especial mi café de
hoy.
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