
Estuve en el parque. En uno muy peculiar.
Uno que tiene la apertura suficiente para que todo el que allí llega se sienta fuera del closet, motivado y liberado.
Me gusta ese parque, me gusta sentir la alegría de la gente, la forma en que fluye la energía. Hay luces, hay sonidos, murmullos, risas, todos brindan y comparten, cada uno con su grupo.

Están los fijos en sus días fijos, esas dos parejas que van entrando en edades donde la vida se visualiza en otras velocidades y cuyas damas llevan sus sillas plegables y cargan a rastro su bocina y su nevera. La selección musical es de mi total agrado, van desde el jazz, bossa nova, algunos de la vieja trova, de la más reciente, unos merenguitos viejos bien motivadores, todo en un nivel de sonido acompasado y que permite una grata conversación.
Ellas, nuevamente las damas, toman cerveza y hasta las visten con unas capuchas especiales para conservar el frio, sirven una picadera para entretener, nachos, queso de untar, algunas aceitunas. Ellos, los caballeros, tienen gustos diferentes entre ambos en lo que se refiere a las bebidas, uno siempre toma vino tinto, el otro muestra preferencia por un trago de alcohol. Siempre en el mismo banco, en el centro de una orilla del parque.
Los de al lado de ellos, esta vez una pareja de chicas que también ha llevado su nevera, llevan el hielo y los vasos pero he visto como se movieron a suplirse con medio galón de vino tinto La Fuerza, de moda últimamente por su bajo costo y alto rendimiento. No sé por qué lo mantienen dentro de la funda y solo cuando se van a servir se puede notar qué es lo que están tomando.

En el otro extremo otra pareja también de chicas, pero ya llevan varias botellas de cerveza, jumbo light, y rien con mucha fuerza, con historias divertidas que llenan sus ojos.
A mi llegada al parque me llamó mucho la atención este chico sentado en posición de loto en un banco de los que están camino al centro. No es que fuera desconocida esta postura, pero tenía las piernas enredadas de tal modo que parecía que sus piernas fueran más largas y retorcidas de la cuenta. Y así pasó toda la noche. Se reía, tomaba, charlaba y en ningún momento cambió su posición, a pesar de que los hierros del banco no están exactamente acolchados que digamos.
Esta noche es notorio un mayor número de parejas heterosexuales, grupos de dos o tres parejas, aunque lo habitual han sido los grupos homosexuales. Un grupo grande de ellos y ellas está sentado al pie de la estatua que reina en este parque, en los escalones de un lateral.
Rien, gesticulan de manera desproporcionada, dramática, divertida, muestran sus atuendos osados, provocadores, bailan y brindan en una complicidad y alegría contagiosa. Mientras me quedo mirando y disfrutando sus gestos, cruza delante de mi un chico corpulento, rellenito, con un pantalón jeans muy ajustado y de inmediato surge el pensamiento en mi cabeza, el cual ha sonado un poco alto como para escucharse ¨ajútate candito¨.
Regularmente se ven 2 o 3 perros correteando, hoy no se ven, parece que en estos días no hay ninguno en calor.

Ya nos cruzó por el lado ¨la mariposita¨, ese chico espigado que pasa adulando a las damas que van acompañadas de su pareja y les regala un botón de alguna flor recogida al terminar alguna boda de las iglesias circundantes. Y luego se va, extrañamente, sin agregar algún comentario. Pero luego de varias vueltas regresa y pide apoyo para comprar algo de comer o pagar algo. Esta vez no se dirige a las damas, sino al caballero que le acompaña. Con suerte y por rutina, dicho caballero no lo pensará mucho y buscará alguna moneda para aportar. Sin embargo de vez en cuando surge alguno que cuestiona que la flor y el halago fue a la dama y es a ella a quien debe pedir aporte. Motivo de risas y sonrojos.
El diminuto negocio que suple las bebidas y los snacks siempre tiene mucho movimiento. Tiene el único baño asequible en el lugar y es tan estrecho que hay que sumirse y estirarse para pasar a usarlo. Necesario hacerlo, porque no existe grupo o pareja en el parque que no tenga a su lado una bebida para compartir, el punto central de los encuentros.
Abundan las cervezas y por supuesto el señor que va recogiendo las botellas y a veces se le puede ver probando de alguna que ha quedado entera y que todavía tiene buena temperatura.
La música puede variar entre un extremo y otro del parque, pasando por el centro y los laterales, sin embargo, ninguna es más alta que pueda crear ruido o apagar la otra y en algún momento todas tienen la misma línea selectiva.
Todavía quedan muchos grupos por describir, espacios de personas que cuentan una historia sin hablar, coloridos, musicales.
Este parque tenía un letrero pequeño con su nombre adosado a una pared que fue hermosamente pintada y el nombre ha quedado borrado. Aún nos queda la estatua en el centro y un sutil olor a azahares de algún naranjo de la zona, para hacer más placentera la estadía en el parque.
Cuando se acepta y asume la diversidad, se respira alegrías, se llena el espíritu de solidaridad, se contagia el descanso que produce soltar las apariencias y liberar los temores, los besos salen amorosos si es que a su lado le acompaña quien pueda sentir también la algarabía en el corazón.
Busque su parque más cercano, deténgase en los detalles, la gente, disfrútelo, como yo lo hago cada vez que me acerco a mi parque.